martes, 24 de noviembre de 2015

EL GAVIERO


Maqroll el gaviero es el personaje más representativo, singular y notable de la obra del escritor colombiano Álvaro Mutis. Un marinero en constante búsqueda. Quizá por eso, cuando Ana Santos y Pedro J. Miguel deciden crear una editorial en el año 2004, la mirada de los dos jóvenes se cruzó en el horizonte con el oteo del personaje literario.

El Gaviero –que terminaría convirtiéndose en ineludible referencia del mercado del libro– es una editorial bonsái, en palabras de la propia Ana. Un bonsái que tuvo sus ojos. Ojos entusiastas, valientes, bondadosos y creativos. Apasionados y tímidos. Una editorial que heredó de ella el gusto por la poesía y por los libros. Porque en El Gaviero se cuida tanto el contenido como la forma, otorgando a cada creación un carácter único y exclusivo.

El Gaviero nació preñado de ideas. Ideas que fueron generándose en el anterior proyecto de Ana: Salamandria, una revista de este sur, que a ella, como a Valente, inundó de luz. Salamandria tuvo un formato distinto con cada alumbramiento, pero siempre bajo el sello inconfundible de ella. Porque Ana impregnaba de sí todo lo que tocaba.

Fotografía de Pablo Barroso


Ana escondía su alma enérgica detrás de media sonrisa esquiva. Dibujaba con su voz deliciosa proyectos inverosímiles que cobraban forma por su ilusión y tenacidad. Y fue así como nacieron Salamandria y El Gaviero, pero también LILEC o la poesía bífida. El primero de ellos, un fabuloso festival en honor del libro y la lectura que llenaron Almería de escritores, lecturas, creaciones y conversaciones con un formato sin fisuras, cuya desaparición seguimos llorando. Y el segundo, una celebración del día Internacional de la Poesía organizado junto a Isabel Giménez Caro, otra mujer con el alma llena de sueños.

Pero la muerte llegó temprano. Con marzo tocando su fin, en el año 2014, el cáncer segó su vida llena de vida. Porque aún no le tocaba. Porque cuando dejó atrás la cervantina Alcalá de Henares para aterrizar en nuestro mar buscando su gavia, la vida cultural de Almería ganó energía. Ana sembró la poesía y ésta creció en una tierra de esparto y de luz. Con ella la literatura ocupó el espacio que tanto tiempo la estuvo esperando. Pero ella se fue cuando aún no le tocaba.

Ahora nos enteramos –en realidad lo sabíamos, pero preferimos mirar hacia otro lado– que la editorial que Ana y Pedro engendraron, cierra la persiana para siempre –será a mediados de 2016–. Sin ella, el final era sólo la consecuencia inevitable del paso de un tiempo breve. Por suerte, quedarán sus obras. Sus libros, sus proyectos, sus sueños con estructura de verso y sus ilusiones con rima asonante. Por suerte, nos queda su gavia.  

martes, 17 de noviembre de 2015

LA DEUDA

La literatura de viajes es un género a veces considerado menor, a pesar de haber dado un buen puñado de grandes títulos a la literatura universal. Por eso me sorprendió que el ministro Wert, en la entrega del Premio Cervantes del año 2014, destacara dos libros de este género para señalar la obra de una etapa concreta de la vida del premiado Juan Goytisolo. Los libros en cuestión eran Campos de Níjar y La Chanca. Pero, probablemente, puestos a subrayar estos títulos con un género determinado, lo correcto sería decir de ellos que se trata de literatura social por lo que tienen de denuncia y por su empeño en convertir en protagonista no a un personaje aislado, sino a un colectivo que vive en unas condiciones completamente alejadas de las entendidas como ideales.
En Campos de Níjar, el paisaje polvoriento, la miseria y la hostilidad de una tierra que no concede la más mínima tregua a quien la habita, reciben al escritor, que se convierte en un observador que no pretende ser neutral. Frente a la dureza geográfica y climatológica, frente a la pobreza y a su violencia, Goytisolo encuentra en su gente una actitud de calmada resignación que le sorprende y que denuncia.
En La Chanca, el subdesarrollo profundo, el analfabetismo normalizado y el asumido estatus de un barrio separado del centro de Almería por unas fronteras tan invisibles como firmes, reclamaron la atención del escritor, que se sintió desde el principio fuertemente atraído por la belleza y la miseria del lugar.

Fotografía de Pablo Barroso
 
En ambos casos, lo que resulta incuestionable es la fiel radiografía que trazó Goytisolo de dos puntos de una provincia maltratada y abandonada. El escritor dibujó el perfil de un cadáver tendido en la acera, aunque sólo fuera para dejar constancia de su existencia. Pero a cambio, Almería –o, mejor dicho, sus representantes políticos­– ejecutan el pago de su trabajo declarándolo persona non grata hasta en dos momentos de su vida.
Es cierto que Juan Goytisolo ha manifestado abiertamente su repulsa a la consagración planeada de los escritores y a lo que él mismo llamó su “calculada inmortalidad”. Sabemos que huye de reconocimientos que buscan mayor gloria del que homenajea que del homenajeado. Pero resulta imperdonable que la figura de este Grande de las letras en español no ocupe en Almería –su añorada querencia– el lugar que su vinculación con la ciudad debería concederle. Porque la donación de su archivo literario, su descarada imparcialidad y su profundo compromiso con una ciudad con la que el escritor ha reconocido siempre que le unen estrechos lazos de apego y afinidad, bien merecen el respeto y el reconocimiento que tantas veces se le negó.

martes, 10 de noviembre de 2015

LA CIUDAD CELESTE


Contra el dolor de vivir, la literatura. La receta, como un bálsamo frente a la existencia, era del poeta T. S. Eliot. El escritor hizo bandera de su propio hastío, e inmerso en la atmósfera que había creado para sí mismo escribió Tierra baldía, un poema que se convirtió en el exponente del desencanto para toda una generación. Este poema comienza con un verso que después  ha sido utilizado en multitud de ocasiones y que viene a exponer la crueldad máxima del mes de abril.

Y así, bajo el paraguas del mes de abril, uno de los seguidores más firmes del escritor británico llegó a Almería a ensalzar la desnudez de su paisaje y la luz de la ciudad. José Ángel Valente escondía su timidez detrás de unas gafas enormes y de un gesto esquivo. Estaba cansado de los poetas, de los ambientes literarios, de los corsés generacionales y de la retórica institucional. Por eso vino a Almería, a la ciudad celeste. A una ciudad hecha de retales, una ciudad callada, simbólica, apática, una ciudad donde esperaba encontrar un refugio creativo. Llegó en la huída de los ambientes climatológicamente fríos y húmedos donde había vivido –Galicia, Madrid, Oxford, Ginebra y París–, y la luz de Almería, espontánea y cálida, lo recibió con la sobriedad armónica del desierto. Lo acogió con una mezcla de calidez e indiferencia a partes iguales, como reciben las ciudades de las afueras a sus visitantes, pero él supo entender que era la forma que tenía la ciudad de darle su bienvenida.

Fotografía de Pablo Barroso
 
Llegó por casualidad, pero se quedó por convicción. Y fue capaz de entender a la ciudad al tiempo que la ciudad fue tomando cosas de él. Porque Almería era una ciudad culturalmente baldía que se enriqueció de la vocación infinita del poeta y de su actitud de vanguardia. Se llenó de su conciencia crítica, de su coherencia y de la lucidez ética y estética de su obra. Y él supo encontrar en la ciudad un espacio vacío que convirtió en un espacio para la creación. Porque Valente buscaba ese espacio cero como el único lugar de donde podía nacer su actividad creativa, y en la provincia de Almería, en su arena, en su soledad, en su salitre y en su mar mediterráneo, ese espacio cero se llenó de él y de su literatura.

Así que la ciudad no tuvo más remedio que enamorarse del poeta y de su poesía, consciente de que desde ese cruel abril, los hilos que van hilvanando la historia los había unido para siempre. Y hoy, mientras la Alcazaba vigila su azotea como si esperara que volviera –aunque él nunca terminó de irse-, el recuerdo del poeta no sólo se respira en la casa del casco antiguo que lo eligió; también en el sonido ronco de su voz recorriendo los paisajes urbanos de la ciudad y en la luz celeste que lo baña todo.