Las dulces tardes poéticas
llegaron para quedarse. En una tierra árida como la nuestra, donde a la poesía
siempre le costó enraizar –no olvidemos que el propio Valente la prefirió
frente a Málaga por considerar a nuestra vecina andaluza una “tierra de
poetas”–, que iniciativas como la de Aníbal García consigan hacerse
imprescindibles es una buena noticia.
Aún no se ha cumplido un año
desde su nacimiento, pero en este tiempo han sabido encontrar su hueco en el
paisaje literario de nuestra ciudad. Entre el rumor de conversaciones, el
silbido de cafeteras, el dictado de los servicios y el olor a cacao, la poesía
se cuela colmada de sentimientos, vivencias y silencios. De palabras, confesiones
e intimismo. Porque cuando la luz se apaga y el murmullo de lo cotidiano se
hace a un lado, la poesía y sus maneras se adueñan del local.
Fotografía de Pablo Barroso |
La última de estas dulces tardes
poéticas contó con la voz del poeta y profesor Eloy Sánchez Rosillo –Premio Adonais
en 1977 y Premio Nacional de la Crítica en 2005–. La suya es una poesía de la
naturaleza. Porque la poesía es emoción y experiencia, y él nace una y otra
vez, como sus poemas, de lo vivido y de su propio universo, alimentándose de sí
mismo y de sus vivencias. Se aleja de lo urbano, más por inercia que por
intención. Porque él encuentra su propia voz en el silbo canoro del estornino o
en el disimulado cauce de un río sinuoso. En la luz que se escabulle entre las
ramas y en el aire afilado de algún otoño lejano.
Otro acierto de Aníbal García para
estas tardes poéticas consiste en acompañar la lectura de los poemas de música.
En esta ocasión fue Salvador Esteve el encargado de intercalar los acordes de
su violín en la voz de Sánchez Rosillo, amalgamando poemas y notas con tanta
habilidad como acierto.
Así consumimos la tarde,
dejándonos arrastrar por el juego melódico que músico y poeta nos proponían con
absoluta naturalidad. Metáforas en clave de Sol y cuerdas, madera y tinta para
componer una atmósfera de fascinación. De manera que los asistentes no pudimos
sino dejar que la magia nos envolviera y nos arrastrara, como un oleaje salvaje
y lírico.
Y para no dejar que la actividad
se termine diluyendo en el tiempo y la memoria, como todo lo inmaterial, las
tardes poéticas se han inventado la posibilidad de llevarte a casa una plaquette firmada por el autor. Un
resumen del buen gusto y la exquisitez. Hasta su nombre –recordando el paladar y
los pasos quizá proféticos de José Ángel por aquel mismo lugar–, Santa Paula, evoca
el sabor dulce de estas tardes, a las que me permito augurarle un futuro largo y exitoso.