martes, 26 de enero de 2016

DULCE POESÍA


Las dulces tardes poéticas llegaron para quedarse. En una tierra árida como la nuestra, donde a la poesía siempre le costó enraizar –no olvidemos que el propio Valente la prefirió frente a Málaga por considerar a nuestra vecina andaluza una “tierra de poetas”–, que iniciativas como la de Aníbal García consigan hacerse imprescindibles es una buena noticia.

Aún no se ha cumplido un año desde su nacimiento, pero en este tiempo han sabido encontrar su hueco en el paisaje literario de nuestra ciudad. Entre el rumor de conversaciones, el silbido de cafeteras, el dictado de los servicios y el olor a cacao, la poesía se cuela colmada de sentimientos, vivencias y silencios. De palabras, confesiones e intimismo. Porque cuando la luz se apaga y el murmullo de lo cotidiano se hace a un lado, la poesía y sus maneras se adueñan del local.


Fotografía de Pablo Barroso

La última de estas dulces tardes poéticas contó con la voz del poeta y profesor Eloy Sánchez Rosillo –Premio Adonais en 1977 y Premio Nacional de la Crítica en 2005–. La suya es una poesía de la naturaleza. Porque la poesía es emoción y experiencia, y él nace una y otra vez, como sus poemas, de lo vivido y de su propio universo, alimentándose de sí mismo y de sus vivencias. Se aleja de lo urbano, más por inercia que por intención. Porque él encuentra su propia voz en el silbo canoro del estornino o en el disimulado cauce de un río sinuoso. En la luz que se escabulle entre las ramas y en el aire afilado de algún otoño lejano.

Otro acierto de Aníbal García para estas tardes poéticas consiste en acompañar la lectura de los poemas de música. En esta ocasión fue Salvador Esteve el encargado de intercalar los acordes de su violín en la voz de Sánchez Rosillo, amalgamando poemas y notas con tanta habilidad como acierto.

Así consumimos la tarde, dejándonos arrastrar por el juego melódico que músico y poeta nos proponían con absoluta naturalidad. Metáforas en clave de Sol y cuerdas, madera y tinta para componer una atmósfera de fascinación. De manera que los asistentes no pudimos sino dejar que la magia nos envolviera y nos arrastrara, como un oleaje salvaje y lírico.

Y para no dejar que la actividad se termine diluyendo en el tiempo y la memoria, como todo lo inmaterial, las tardes poéticas se han inventado la posibilidad de llevarte a casa una plaquette firmada por el autor. Un resumen del buen gusto y la exquisitez. Hasta su nombre –recordando el paladar y los pasos quizá proféticos de José Ángel por aquel mismo lugar–, Santa Paula, evoca el sabor dulce de estas tardes, a las que me permito augurarle un futuro largo y exitoso.

 

martes, 19 de enero de 2016

DE VIAJE


Para cerrar el año 2015, la editorial Random House lanzó un libro póstumo del genial Gabriel García Márquez. Su título es De viaje por Europa del Este y relata el periplo del escritor colombiano por los países de régimen soviético (Alemania Oriental, Checoslovaquia, Polonia, Hungría y la Unión Soviética) en el año 1957.  El libro narra el encuentro de un joven García Márquez con una realidad que describe como kafkiana. La resignación ciudadana, la infinita e inútil burocracia gubernamental y el desorden generalizado son analizados por el bisturí narrativo –a veces un tanto ingenuo, pero siempre preciso– del escritor.

En diferentes foros, e incluso desde la editorial que lo alumbra, se le compara con otro título del autor colombiano, Relato de un náufrago. Pero lo cierto es que esas similitudes se limitan al estilo –aparentemente periodístico– y la forma en la que fueron publicadas las obras por primera vez –por entregas en revistas o periódicos colombianos, previo al lanzamiento en su formato definitivo–. Porque hay dos elementos fundamentales que hacen a este nuevo libro distinto del anterior y que lo convierten en lo que al final ha resultado ser.


Fotografía de Pablo Barroso

El primero de ellos es que en esta ocasión el autor relata una experiencia que vivió de primera mano. Así, las narraciones sobre la maravillosa y calmada Praga, la falsa Berlín, la cultivada Varsovia o la temerosa Budapest resultan tan cercanas como concisas. Íntimo, personal e incluso a veces visceral, García Márquez vuelve a poner el acento en el gusto por el detalle para interpretar el mundo. Las manos femeninas de Stalin, de uñas delgadas y transparentes, o la indecorosa adolescencia de los guardias que custodiaban el portón del mundo oriental no escapan de su espíritu narrativo.

El segundo es una pequeña trampa que el autor se permite. Porque en realidad, lo que narra como un viaje fueron dos aventuras separadas por dos largos años –el primero de ellos en 1955 y el segundo en 1957–. Pero eso el lector no lo percibe. Gabo es un perfecto y meticuloso narrador de historias y anudar dos sucesos como estos debió de suponer apenas un recreo para el escritor.

En definitiva, Gabriel García Márquez baraja en este libro: un análisis limpio e impecable de la dolorosa realidad que encontró, el descubrimiento de una masa esperanzada y alimentada de propaganda socialista y, finalmente, la imagen de un mundo terrible que disolvía al individuo. Todo ello sazonado de ironía, humor, realismo y cierta dosis de decepción que el autor permite que el libro transpire. Literatura en estado puro.