martes, 23 de febrero de 2016

CIENCIA Y LITERATURA


Es muy fácil colocar a la ciencia y a la literatura en mundos distintos. Lo hacemos constantemente. Tenemos asumido que para lograr un fondo de eso que llaman “cultura general” es imprescindible poseer vastos conocimientos literarios y, sin embargo, actuamos con notable benevolencia frente al que demuestra su ineptitud en los más elementales conceptos científicos. Parece que ambos actúan en universos que se ignoran. Y esa diferencia radica en el papel que estas dos disciplinas conceden a la herramienta de la que se sirven: el lenguaje. Mientras que la literatura encuentra su sentido de ser en él, la ciencia lo utiliza simplemente con un mal necesario para describir el mundo.

Pero esto no siempre es así. Existen casos en los que ciencia y literatura se ponen al servicio de un mismo objetivo y consiguen que el producto creativo se alimente por igual del uno y de la otra. El primer caso lo encontramos en escritores sin formación científica que escriben de ciencia. Y es así, por ejemplo, en libros como El nombre de la rosa (de Umberto Eco) o Las partículas elementales (de Michel Houellebecq), que hablan de la ciencia medieval o de la investigación en el campo de la genética. Pero también es el caso de escritores como Julio Verne, Borges o Aldous Huxley, que se tomaron ciertas licencias literarias para hacer ficción e incluso “adivinar” la llegada de elementos tecnológicos futuribles como el submarino.
 
 

El siguiente caso lo encontramos en escritores con formación científica que se han atrevido con la ficción literaria con un trasfondo científico. Entre estos escritores podemos destacar a Isaac Asimov, Michael Crichton, Carl Sagan o Arthur C. Clarke, cuyas obras tienen un indudable valor creativo.

Y por último están los escritores con formación científica, pero que en sus obras han abogado por explorar otros mundos. Entre ellos están, por ejemplo, Juan Benet (ingeniero), Pío Baroja (médico) o Ernesto Sábato (físico). De la mente de estos científicos han salido obras como El árbol de la ciencia, Sobre héroes y tumbas o Volverás a Región. Pero en este grupo también encontramos a científicos que han escrito poesía con verdadero acierto. Entre ellos se encuentran Erwin Schrödinger (Premio Nobel de Física) o los españoles Francisco García Olmedo o Jorge Riechman.

La integración de la ciencia en nuestra sociedad, como parte de la cultura, es aún una tarea pendiente. Y una parte importante de esa tarea corresponde a la literatura. Ambas, ciencia y literatura, tendrán que recorrer el camino juntas. Porque, como escribió Edgar Allan Poe, “¡Oh Ciencia!, tú eres la verdadera hija del viejo tiempo”, y éste constituye uno de los pilares básicos sobre los que se asienta la literatura.

 

 
 

miércoles, 17 de febrero de 2016

POESÍA Y FILOSOFÍA


La facultad de poesía José Ángel Valente ha abierto sus puertas. Con el alma del poeta paseando por sus ficticios pasillos, el susurro de sus poemas colándose por los huecos de las ventanas –como este viento mediterráneo- y sus aulas quiméricas repletas del entusiasmo del primer día de curso, el acto inaugural bautizó de poemas este proyecto. El espacio elegido para dar cuerpo a la puesta de largo fue el Centro Andaluz de la Fotografía –CAF– y entre los asistentes, Carlos Pérez Siquier, que parecía velar por la perfecta comunión entre los poemas y las imágenes de Antoni Arissa.

Raúl Quinto hizo de maestro de ceremonias con Isabel Giménez Caro limando sus uñas a base de nervios desde la primera fila. Y Chantal Maillard ejerciendo su magisterio –en el sentido etimológico de la palabra: máxima autoridad– ante un aforo entregado y repleto. El fotógrafo Pablo Juliá –director del CAF– la presentó como una niña que no deja de preguntarse por qué. Y ella, por no contradecirlo, correspondió con un gesto infantil escondido detrás de media sonrisa que quería encerrar el misterio de la inocencia. Luego, la poeta leyó algunas de sus creaciones con las eses belgas de su acento resbalando entre los renglones de los poemas.


Alternaba silencios precisos y versos afilados, con los dibujos de David Escalona. Dibujos que dialogan con el espacio donde mueren los pájaros. Dibujos que ponían el acento en la voz pausada de Chantal. Dibujos que plantean tantas preguntas como respuestas. Dibujos de trazos metafóricos, de dedos, de manos, de hilos y de líneas que unen universos alojados en distintos planos.

La poeta sujetaba las palabras con su mano izquierda mientras que con la derecha marcaba el ritmo de su lectura. Un ritmo calmado y reflexivo para una poesía íntima que coqueteaba con las fotografías en blanco y negro de la segunda planta. Poesía con la voz un poco gastada, como esas mismas imágenes, por el tiempo y la experiencia.

A Chantal Maillard le ha sido concedido el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica por dos obras –Matar a Platón (Tusquets, 2004) e Hilos (Tusquets, 2007), respectivamente– en las que la poesía y la filosofía se muestran cada una como el reflejo en el cristal de la otra y se reconocen desnudas, despojadas de seguridad, para entender sus fracasos. Porque seguir escribiendo y seguir preguntándose por qué son el resultado de un fracaso. Pero la filosofía y la poesía también dialogan en la obra de esta autora para darse sentido mutuamente, poniendo el acento una en lo singular –la poesía– y la otra en lo universal –la filosofía–.

 

martes, 9 de febrero de 2016

BODAS DE SANGRE


Los campos de Níjar son un terreno árido. Un paisaje lunar en el que la vida se termina abriendo paso a fuerza de un enorme sacrificio y de una gran dosis de sobriedad. El desarrollo presente ha conseguido amansar su fiereza, pero asomarse al retrovisor nos permite imaginar la dureza pretérita de esa tierra despiadada. Así que propongo un viaje hasta el verano de 1928 para imaginar el contexto en el que una boda tiene que celebrarse a las tres de la madrugada y los invitados tienen que hacer el viaje de noche para no sucumbir al rigor del sol. Si la historia la sazonamos con un enlace concertado, una huida hacia ninguna parte y la muerte haciendo justicia a la traición, el escenario literario que la realidad brindaba resultaba inmejorable.
Eso fue lo que debió de pensar Federico García Lorca cuando en aquellos días leyó en la prensa la historia trágica que había tenido lugar en el entorno del Cortijo del Fraile. Así que dejó que el relato reposara el tiempo necesario y cinco años después se estrenó Bodas de Sangre, inspirada en los hechos sucedidos en el levante de nuestra provincia. Unos años antes, la reivindicativa y feminista Carmen de Burgos ya había publicado otro libro inspirado en los mismos hechos, Puñal de Claveles, pero fue la obra del autor granadino la que dio carácter universal a la tragedia nijareña.
 
 
 
En estos días el cine vuelve a poner sobre el mantel de la actualidad lo sucedido en aquella calurosa madrugada de julio. Se trata de la película La Novia, dirigida por Paula Ortiz y con Inma Cuesta dando vida a la protagonista. La obra llevada al cine ha tomado más elementos de la obra lorquiana que de la realidad, pero eso es lo de menos. Licencias de la ficción. Lo importante es que el marchamo de “tierra de cine” vuelve a colgar del acento de nuestra provincia.
En la actualidad el Cortijo del Fraile cuenta con la declaración de Bien de Interés Cultural, pero eso no impide que se esté cayendo a pedazos. El ruinoso estado en el que se encuentra debería ser motivo de vergüenza tanto para los propietarios –la empresa Agrícola Mar Menor–, como para los políticos locales y autonómicos, acostumbrados como están a regatear esfuerzos con la cultura. Recientemente se han realizado trabajos para reforzar la fachada y la torre de la capilla, pero tengo la impresión de que no existe una intención real de colocar a este lugar en el sitio que debería ocupar. No es un secreto que los pueblos que crecen sin el respeto por su cultura terminan perdiendo su identidad y sus valores, y son ya demasiadas las oportunidades vencidas. Espero que en esta ocasión no hayamos consumido todo el crédito que el tiempo nos ha concedido y que verdaderamente exista voluntad de enmienda.

martes, 2 de febrero de 2016

MAR AZUL


El cielo mediterráneo, de luz incisiva y viva, se mostraba intensamente azulado en aquella mañana de invierno. Pero de repente, una inmensa bola de fuego se dibujó en lo alto. Un bombardero estadounidense B52 acababa de tener un accidente en pleno vuelo mientras realizaba una maniobra de llenado de combustible con su correspondiente avión nodriza. Ocurrió hace cincuenta años y marcó, indeleblemente, una fecha en la historia de un pueblo almeriense. Era el inicio de un tiempo nuevo para Palomares. Pero también fue el inicio de la ficción que el escritor Fernando Martínez López construyó en torno al accidente.

El libro al que me refiero se llama El mar sigue siendo azul (Editorial Baile del Sol, 2011) y en él su autor traza y anuda con maestría varias historias de amor, odio y venganza, en torno al desafortunado suceso. Todo ello sobre el esqueleto que conforma la vida de Pedro, cuyo primer grito vital se vio ahogado por el sonido del accidente, y la bélica relación entre un circunstancial habitante de Palomares de origen alemán y un estadounidense encargado de supervisar las oscuras tareas que se desarrollaron sobre el terreno. Porque Fernando Martínez es un fabricante de historias. Un artesano narrador con mucho tino, avalado por docenas de premios y menciones literarias.


 
En estos días se cumple el aniversario del incidente de Palomares y eso ha rescatado a esta gran novela de personajes literariamente cuidados y trama tejida con esmero, pero han transcurrido cinco años desde que viera la luz por primera vez y desde entonces Fernando Martínez no ha dejado de madurar como escritor y de cosechar éxitos. El último de ellos –y, probablemente, el que mayor reconocimiento le ha reportado– se lo debe a su novela Tu nombre con tinta de café (Editorial Algaida, 2014), ganadora del prestigioso Premio Felipe Trigo y que le valió a su autor estar nominado al Premio Andalucía de la Crítica junto a escritores de la talla de Antonio Muñoz Molina o Luís García Montero.

Fernando Martínez nació en Jaén, pero vive en Almería desde su temprana infancia. En la actualidad es un profesor de Física y Química de trato cortés, aire bohemio y conversación amena, enamorado de la literatura y del Parque Natural de Cabo de Gata. Sus muchos relatos y sus ocho novelas publicadas nos hablan de un escritor disciplinado, que cuida la narración hasta el último detalle y que no se confía al azar. De un hombre que disfruta de lo que hace y de la relación que su literatura le permite con los lectores. De alguien que no deja que los premios nublen el camino y tremendamente consciente de que, a pesar de todo, el mar sigue siendo azul.