La literatura de
viajes es un género a veces considerado menor, a pesar de haber dado un buen puñado
de grandes títulos a la literatura universal. Por eso me sorprendió que el
ministro Wert, en la entrega del Premio Cervantes del año 2014, destacara dos
libros de este género para señalar la obra de una etapa concreta de la vida del
premiado Juan Goytisolo. Los libros en cuestión eran Campos de Níjar y La Chanca.
Pero, probablemente, puestos a subrayar estos títulos con un género determinado,
lo correcto sería decir de ellos que se trata de literatura social por lo que
tienen de denuncia y por su empeño en convertir en protagonista no a un
personaje aislado, sino a un colectivo que vive en unas condiciones
completamente alejadas de las entendidas como ideales.
En Campos de Níjar, el paisaje polvoriento,
la miseria y la hostilidad de una tierra que no concede la más mínima tregua a
quien la habita, reciben al escritor, que se convierte en un observador que no
pretende ser neutral. Frente a la dureza geográfica y climatológica, frente a
la pobreza y a su violencia, Goytisolo encuentra en su gente una actitud de
calmada resignación que le sorprende y que denuncia.
En La Chanca, el subdesarrollo profundo, el
analfabetismo normalizado y el asumido estatus de un barrio separado del centro
de Almería por unas fronteras tan invisibles como firmes, reclamaron la
atención del escritor, que se sintió desde el principio fuertemente atraído por
la belleza y la miseria del lugar.
Fotografía de Pablo Barroso |
En ambos casos,
lo que resulta incuestionable es la fiel radiografía que trazó Goytisolo de dos
puntos de una provincia maltratada y abandonada. El escritor dibujó el perfil
de un cadáver tendido en la acera, aunque sólo fuera para dejar constancia de
su existencia. Pero a cambio, Almería –o, mejor dicho, sus representantes
políticos– ejecutan el pago de su trabajo declarándolo persona non grata hasta en dos momentos de su
vida.
Es cierto que
Juan Goytisolo ha manifestado abiertamente su repulsa a la consagración
planeada de los escritores y a lo que él mismo llamó su “calculada
inmortalidad”. Sabemos que huye de reconocimientos que buscan mayor gloria del
que homenajea que del homenajeado. Pero resulta imperdonable que la figura de
este Grande de las letras en español no ocupe en Almería –su añorada querencia–
el lugar que su vinculación con la ciudad debería concederle. Porque la
donación de su archivo literario, su descarada imparcialidad y su profundo
compromiso con una ciudad con la que el escritor ha reconocido siempre que le
unen estrechos lazos de apego y afinidad, bien merecen el respeto y el
reconocimiento que tantas veces se le negó.
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