martes, 17 de noviembre de 2015

LA DEUDA

La literatura de viajes es un género a veces considerado menor, a pesar de haber dado un buen puñado de grandes títulos a la literatura universal. Por eso me sorprendió que el ministro Wert, en la entrega del Premio Cervantes del año 2014, destacara dos libros de este género para señalar la obra de una etapa concreta de la vida del premiado Juan Goytisolo. Los libros en cuestión eran Campos de Níjar y La Chanca. Pero, probablemente, puestos a subrayar estos títulos con un género determinado, lo correcto sería decir de ellos que se trata de literatura social por lo que tienen de denuncia y por su empeño en convertir en protagonista no a un personaje aislado, sino a un colectivo que vive en unas condiciones completamente alejadas de las entendidas como ideales.
En Campos de Níjar, el paisaje polvoriento, la miseria y la hostilidad de una tierra que no concede la más mínima tregua a quien la habita, reciben al escritor, que se convierte en un observador que no pretende ser neutral. Frente a la dureza geográfica y climatológica, frente a la pobreza y a su violencia, Goytisolo encuentra en su gente una actitud de calmada resignación que le sorprende y que denuncia.
En La Chanca, el subdesarrollo profundo, el analfabetismo normalizado y el asumido estatus de un barrio separado del centro de Almería por unas fronteras tan invisibles como firmes, reclamaron la atención del escritor, que se sintió desde el principio fuertemente atraído por la belleza y la miseria del lugar.

Fotografía de Pablo Barroso
 
En ambos casos, lo que resulta incuestionable es la fiel radiografía que trazó Goytisolo de dos puntos de una provincia maltratada y abandonada. El escritor dibujó el perfil de un cadáver tendido en la acera, aunque sólo fuera para dejar constancia de su existencia. Pero a cambio, Almería –o, mejor dicho, sus representantes políticos­– ejecutan el pago de su trabajo declarándolo persona non grata hasta en dos momentos de su vida.
Es cierto que Juan Goytisolo ha manifestado abiertamente su repulsa a la consagración planeada de los escritores y a lo que él mismo llamó su “calculada inmortalidad”. Sabemos que huye de reconocimientos que buscan mayor gloria del que homenajea que del homenajeado. Pero resulta imperdonable que la figura de este Grande de las letras en español no ocupe en Almería –su añorada querencia– el lugar que su vinculación con la ciudad debería concederle. Porque la donación de su archivo literario, su descarada imparcialidad y su profundo compromiso con una ciudad con la que el escritor ha reconocido siempre que le unen estrechos lazos de apego y afinidad, bien merecen el respeto y el reconocimiento que tantas veces se le negó.

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