martes, 15 de marzo de 2016

APUESTA


A lo largo del año pasado, se publicaron en Almería 1.300 libros, lo que coloca a nuestra provincia a la cabeza en lo que a edición literaria se refiere en Andalucía. Según datos de la Consejería de Cultura, en Almería se publica tanto, por ejemplo, como en Granada y Córdoba juntas. Estas cifras deberían llenarnos de alegría. Una sencilla asociación de ideas tendría que empujarnos a inferir que, si somos los que más libros lanzamos al mercado, probablemente también seamos los que más leemos…

A esto hay que sumar que en los últimos años se han abierto en la capital almeriense librerías como Bibabuk o The Good Dragons. Todo ello nos impulsa a ser optimista. El mercado del libro funciona en nuestra ciudad. Pero sospecho que detrás de todos estos datos –objetivos– la verdad sólo asoma a medias.  Un vistazo somero al mercado y el análisis de la realidad de un mundo sumamente cambiante como es el mundo editorial en el siglo XXI, probablemente nos devolvería a la realidad con suma crudeza y objetividad.
 
 

Pero no es el momento de que la realidad nos amargue el día. Hoy no. Hoy aún guardamos en las papilas gustativas el regusto dulce de la gala celebrada el pasado fin de semana con motivo de la entrega de los Premios Argaria, convocada por el Gremio de Libreros de Almería como reconocimiento a los libros de autores almerienses, de nacimiento o de adopción, más destacados el año pasado.

Entre los galardonados estaban narradores como Bruno Nievas –que ha conseguido hacerse un hueco en un sello tan notable como Ediciones B– o Fernando Martínez –que a golpe de premio literario ha logrado el reconocimiento que le ha valido publicar con la Editorial Algaida–. También se encontraban en la nómina de premiados otros autores como Juan José Ceba, Pepe Criado, Toño Jerez o Sensi Falán, bregadores infatigables por mantener viva la cultura almeriense.

La lucha de formato entre el papel y el digital comenzó hace tiempo, pero sigue viva. Los más agoreros aventuraban que a estas alturas el libro como objeto pertenecería a los museos. Pero no es así. El papel resiste. El formato electrónico gana posiciones, pero no al ritmo que tuvo hace unos años. Y para remar contra la corriente más pesimista, las editoriales almerienses se lanzan a publicar de manera continuada unos veinticinco libros cada semana. En determinadas cuestiones políticas y sociales parecemos avanzar a contrapié. Pero estoy seguro de que en literatura no es así. Estoy convencido de que libreros, editores y lectores no hacen sino responder a la necesidad real de apostar por la literatura. ¿No…?

 

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