La semana
pasada, en el mismo momento en el que se presentaba la Feria del Libro de
Almería, cuya nueva edición estamos a punto de estrenar, tenía lugar en la
Universidad un acto en el que se exploraban –y se desbordaban– los límites de
la poesía.
El éxito de
la Feria del Libro se medirá, inevitablemente, con el mismo patrón que sirve
para contabilizar la presencia de público a los diferentes actos organizados –hasta
60 en los cinco días que durará el evento–. De hecho, la nueva ubicación de la
Feria, la Plaza de la Catedral, ha sido elegida por suponer un sitio de paso
que, presumiblemente, facilitará la afluencia de público. Además del nuevo
emplazamiento, la otra gran novedad de este año se centra en la persona elegida
para coordinar esta cita con el mundo editorial: Manuel García Iborra, alguien
de sobrada solvencia literaria que estoy seguro de que colocará a la Feria del
Libro en el lugar que le corresponde.
Pero, como
apuntaba más arriba, en paralelo a la presentación y en el campus de La Cañada,
la joven poeta Ángela Segovia y el traductor y editor Antonio J. Rodríguez caminaban
con pasos medidos sobre un fino alambre sostenido en uno de sus extremos por la
poesía y en el otro por una amalgama de disciplinas artísticas que transitaban
por un mundo infinito de imágenes y sonidos. Desde luego, una apuesta
arriesgada. Puro funambulismo.
La poesía,
como ejercicio de indagación, de búsqueda de las fronteras, siempre fue una experiencia
para el disfrute de minorías. La más humilde de las hermanas. Si, además, la
actividad la llevamos a nuestra anestesiada y periférica universidad, el
resultado, en cuanto a asistencia de público se refiere, no podía ser distinto del
que fue. Pero en este caso, la medida del éxito del encuentro con la poesía
tiene que escapar de valoraciones maniqueístas. La Universidad tendría que dar
cobijo al epicentro de todo ejercicio crítico intelectual, tendría que hospedar
a movimientos culturales que cabalguen a contracorriente y tendría que arropar
iniciativas que exploren las fronteras, las afueras y las vanguardias. Y en eso
está la Facultad de Poesía José Ángel Valente.
Somos muchos los que venimos exigiendo que la Feria del Libro de Almería
vuelva a convertirse en una cita obligada para la cultura almeriense, con un
programa atractivo, variado y de calidad, un lugar físico permanente en nuestra
ciudad y un espacio singular en el calendario. Y no me cabe la menor duda de
que Manuel de Sintagma será el motor cuyo movimiento lo consiga. Aunque,
del mismo modo, también somos más cada vez los que aplaudimos iniciativas
minoritarias y arriesgadas. ¡Bravo!
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