Me gusta
esa parte del aire que le insufla el saxofonista a su instrumento y que no se
convierte en música. Un aire insumiso. Un aire que se rebela contra su destino.
Sé que para algunos esto puede ser el aviso de un problema: una mala embocadura,
una forma incorrecta de atacar la boquilla… Pero a mí me gusta. La belleza de
la imperfección. O, a lo mejor, es que lo que me gusta es el sonido del
saxofón; sin más. Independientemente de la ejecución. El saxofón conjuga la
sonoridad de la madera con la fuerza del metal. Y es la mezcla la que le da ese
sonido tan característico y que ha sabido encontrar su sitio en determinada
música popular como el jazz.
La semana
pasada, gracias a las tardes poéticas de la Dulce Alianza, pudimos disfrutar de
una agradable aleación entre poesía y música. La música la puso el saxo de
Antonio González, mientras que la poesía corrió a cargo de la voz única de
Andrés Neuman. El poeta, de imagen un tanto velazquiana –con la media melena
caída con simetría y los ojos tan tímidos como tristones– hizo un repaso por su
obra poética siguiendo el ritmo que le marcaba el instrumento.
A la música
de Duke Ellington respondía Neuman con una serie de creaciones sobre los viajes.
A la de Scott Hamilton, daba la réplica un bloque de poesía nocturna. E igual
pasó con las interpretaciones de las obras de Toni Benet, Ella Fitzgerald o Ben
Webster. El saxo trazaba la línea y sobre ella dibujaba paisajes el escritor.
Andrés
Neuman no es un poeta al uso. Llegó a Granada a los trece años y aún se cuela
por su voz el silbido meloso de su origen argentino. Igual compone aforismos
que construye microrrelatos; lo mismo esboza ficciones noveladas que declama
poesía. Narrador y poeta, se ha dicho de él que es un escritor “tocado por la
gracia”.
En el
sótano de la Dulce Alianza defendió que la poesía no fuera el postre, sino el
pan, y planteó sus dudas sobre la lógica interna de los cuerpos de dos personas
que comparten cama; sobre aquello que buscan los cuerpos cuando no saben qué
están buscando. Pura declaración de intenciones. Porque, ¿qué es la poesía sino
una continua búsqueda sin saber lo que se busca?
En el guiño
chinesco de las sombras del local, Neuman se fue creciendo en un dulce
recorrido por su obra. Seductor y brillante, el poeta diseccionó sin demasiado
pudor el sentido de los versos mientras consumíamos la tarde. Otro acierto más
de este ciclo que se ha consolidado tras un año de buena poesía. ¡Felicidades!
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