Contra el dolor
de vivir, la literatura. La receta, como un bálsamo frente a la existencia, era
del poeta T. S. Eliot. El escritor hizo bandera de su propio hastío, e inmerso
en la atmósfera que había creado para sí mismo escribió Tierra baldía, un poema que se convirtió en el exponente del
desencanto para toda una generación. Este poema comienza con un verso que
después ha sido utilizado en multitud de
ocasiones y que viene a exponer la crueldad máxima del mes de abril.
Y así, bajo el
paraguas del mes de abril, uno de los seguidores más firmes del escritor
británico llegó a Almería a ensalzar la desnudez de su paisaje y la luz de la
ciudad. José Ángel Valente escondía su timidez detrás de unas gafas enormes y
de un gesto esquivo. Estaba cansado de los poetas, de los ambientes literarios,
de los corsés generacionales y de la retórica institucional. Por eso vino a
Almería, a la ciudad celeste. A una ciudad hecha de retales, una ciudad
callada, simbólica, apática, una ciudad donde esperaba encontrar un refugio
creativo. Llegó en la huída de los ambientes climatológicamente fríos y húmedos
donde había vivido –Galicia, Madrid, Oxford, Ginebra y París–, y la luz de
Almería, espontánea y cálida, lo recibió con la sobriedad armónica del
desierto. Lo acogió con una mezcla de calidez e indiferencia a partes iguales,
como reciben las ciudades de las afueras a sus visitantes, pero él supo entender
que era la forma que tenía la ciudad de darle su bienvenida.
Fotografía de Pablo Barroso |
Llegó por
casualidad, pero se quedó por convicción. Y fue capaz de entender a la ciudad al
tiempo que la ciudad fue tomando cosas de él. Porque Almería era una ciudad
culturalmente baldía que se enriqueció de la vocación infinita del poeta y de
su actitud de vanguardia. Se llenó de su conciencia crítica, de su coherencia y
de la lucidez ética y estética de su obra. Y él supo encontrar en la ciudad un
espacio vacío que convirtió en un espacio para la creación. Porque Valente
buscaba ese espacio cero como el único lugar de donde podía nacer su actividad
creativa, y en la provincia de Almería, en su arena, en su soledad, en su
salitre y en su mar mediterráneo, ese espacio cero se llenó de él y de su
literatura.
Así que la
ciudad no tuvo más remedio que enamorarse del poeta y de su poesía, consciente
de que desde ese cruel abril, los hilos que van hilvanando la historia los
había unido para siempre. Y hoy, mientras la Alcazaba vigila su azotea como si
esperara que volviera –aunque él nunca terminó de irse-, el recuerdo del poeta
no sólo se respira en la casa del casco antiguo que lo eligió; también en el
sonido ronco de su voz recorriendo los paisajes urbanos de la ciudad y en la
luz celeste que lo baña todo.
No se puede comenzar de mejor manera, ¡larga vida a tus palabras en la ciudad celeste!
ResponderEliminarMuchas gracias, Carmen.
ResponderEliminarTe aseguro que tampoco hay mejor manera de comenzar a recibir comentarios.
Suscribo integramente el comentario de Carmen Ferrer.
ResponderEliminarMucho 'animo y suerte en esta nueva etapa!.
Y yo suscribo el agradecimiento, Jose Manuel.
ResponderEliminarUn abrazo.