martes, 10 de noviembre de 2015

LA CIUDAD CELESTE


Contra el dolor de vivir, la literatura. La receta, como un bálsamo frente a la existencia, era del poeta T. S. Eliot. El escritor hizo bandera de su propio hastío, e inmerso en la atmósfera que había creado para sí mismo escribió Tierra baldía, un poema que se convirtió en el exponente del desencanto para toda una generación. Este poema comienza con un verso que después  ha sido utilizado en multitud de ocasiones y que viene a exponer la crueldad máxima del mes de abril.

Y así, bajo el paraguas del mes de abril, uno de los seguidores más firmes del escritor británico llegó a Almería a ensalzar la desnudez de su paisaje y la luz de la ciudad. José Ángel Valente escondía su timidez detrás de unas gafas enormes y de un gesto esquivo. Estaba cansado de los poetas, de los ambientes literarios, de los corsés generacionales y de la retórica institucional. Por eso vino a Almería, a la ciudad celeste. A una ciudad hecha de retales, una ciudad callada, simbólica, apática, una ciudad donde esperaba encontrar un refugio creativo. Llegó en la huída de los ambientes climatológicamente fríos y húmedos donde había vivido –Galicia, Madrid, Oxford, Ginebra y París–, y la luz de Almería, espontánea y cálida, lo recibió con la sobriedad armónica del desierto. Lo acogió con una mezcla de calidez e indiferencia a partes iguales, como reciben las ciudades de las afueras a sus visitantes, pero él supo entender que era la forma que tenía la ciudad de darle su bienvenida.

Fotografía de Pablo Barroso
 
Llegó por casualidad, pero se quedó por convicción. Y fue capaz de entender a la ciudad al tiempo que la ciudad fue tomando cosas de él. Porque Almería era una ciudad culturalmente baldía que se enriqueció de la vocación infinita del poeta y de su actitud de vanguardia. Se llenó de su conciencia crítica, de su coherencia y de la lucidez ética y estética de su obra. Y él supo encontrar en la ciudad un espacio vacío que convirtió en un espacio para la creación. Porque Valente buscaba ese espacio cero como el único lugar de donde podía nacer su actividad creativa, y en la provincia de Almería, en su arena, en su soledad, en su salitre y en su mar mediterráneo, ese espacio cero se llenó de él y de su literatura.

Así que la ciudad no tuvo más remedio que enamorarse del poeta y de su poesía, consciente de que desde ese cruel abril, los hilos que van hilvanando la historia los había unido para siempre. Y hoy, mientras la Alcazaba vigila su azotea como si esperara que volviera –aunque él nunca terminó de irse-, el recuerdo del poeta no sólo se respira en la casa del casco antiguo que lo eligió; también en el sonido ronco de su voz recorriendo los paisajes urbanos de la ciudad y en la luz celeste que lo baña todo.

4 comentarios:

  1. No se puede comenzar de mejor manera, ¡larga vida a tus palabras en la ciudad celeste!

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  2. Muchas gracias, Carmen.
    Te aseguro que tampoco hay mejor manera de comenzar a recibir comentarios.

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  3. Suscribo integramente el comentario de Carmen Ferrer.
    Mucho 'animo y suerte en esta nueva etapa!.

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  4. Y yo suscribo el agradecimiento, Jose Manuel.
    Un abrazo.

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