En estos días presenta la Junta
de Andalucía a los meses de abril y mayo como los meses de las ferias del libro
de nuestra comunidad. La primavera y el buen tiempo empujan a vivir esta
celebración en la calle. Entre el 15 de abril y el 15 de mayo se celebrará la
gran fiesta anual de los libros en las ocho provincias de nuestra comunidad. Y,
precisamente, será la nuestra, la de Almería, la que cerrará este ciclo entre
el 11 y el 15 de mayo en su nueva ubicación: la Plaza de la Catedral.
En estas fiestas se da el
encuentro de los distintos actores que forman el elenco de esta gran compañía
que es el mercado del libro: editores, libreros, lectores y autores. Se antoja
imposible imaginar esta celebración sin la participación de alguno de ellos.
Pero si hay un elemento de estos cuatro cuya presencia resulta fundamental para
que se dé el éxito de cualquier feria del libro, ése es el escritor. El centro
de gravedad lo ocupan actividades que cuentan con la presencia de éste.
Presentaciones de libros, mesas redondas, charlas biográficas o talleres
literarios convocan a novelistas y poetas conocidos o primerizos, locales o
universales. Si ellos fallan, la celebración se deshilacha.
Por eso, el otro día, al
escuchar el anuncio en el que el gobierno de nuestra comunidad autónoma nos
invitaba a participar de esta fiesta de los libros pensé en esos autores
ocultos, solitarios, raros, de gran fobia social, ermitaños e incluso, a veces,
misántropos y anacoretas. Me refiero, sobre todo a los J. D. Salinger y
Thomas Pynchon, pero también a los Juan Rulfo, Patrick Süskind, Cormac
McCarthy, Haruki Murakami o Juan Carlos Onetti.
De una forma u
otra, todos estos autores huyen o han huido de los focos y la atención del
público y los medios de comunicación. Algunos, por una elección consecuente con
su filosofía de vida y otros, quizá, como estrategia comercial. En algún caso,
también, por incapacidad. La cuestión es que todos ellos han desarrollado
cierta aversión a los actos públicos y a la difusión de cualquier dato de su
biografía. Pero ello no les ha impedido que su obra sea ampliamente conocida y
celebrada por el universo lector.
El guardián entre el centeno, Pedro Páramo, La Carretera o El Perfume
salieron de sus mentes de escasa sociabilidad. De sus modos huraños. De las
relaciones esquivas con el mundo. Y sin embargo, el circuito que une
a estas obras con sus lectores no se ha quebrado. La mayoría de ellos nunca
asistió a celebraciones de carácter literario, pero eso no produjo el
desmoronamiento de la estructura que soporta al mercado editorial. A falta de
ermitaños, nosotros tendremos feria y trataremos de vivirla con toda la
intensidad que merece. Yo, al menos, lo haré.
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