Lo que pasa
en la cocina bien lo sabe el que fue cocinero antes que fraile. Al menos eso
dicta nuestro genuino refranero. Pero, ¿y el que fue profesor de literatura
antes que Papa? Pues también. También sabe lo que se cocina en las aulas donde
se forma y se educa. Y es que el mes pasado el Papa Francisco recibió en
audiencia privada al director del Instituto Cervantes –Víctor García de la
Concha–, al director de la Real Academia Española de la Lengua –Darío
Villanueva– y al director de la Biblioteca Clásica de la Academia –Francisco
Rico–, y en el contexto de esa reunión les contó que él tuvo que ejercer como
profesor en Buenos Aires, impartiendo clases de literatura. Y me resultó
curioso que narrara cómo a los alumnos les costaba leer el Quijote mientras que
mostraban sus preferencias por La Celestina, por ser más “picante”. Me resultó
curioso esa forma de acercarse a los Clásicos y me resultó curioso el uso del
término “preferencias” por lo que conlleva de selección y de elección.
Y pensaba
en ello cuando el otro día paseaba por la Puerta de Purchena, marcando los
pasos al ritmo que parece indicar la estatua de Nicolás Salmerón, y sobre mi
cabeza ejecutaban un débil vuelo aleatorio pergaminos con fragmentos de textos
de nuestro Siglo de Oro colgados de las ramas de los árboles. Góngora y Quevedo
compartiendo nicho. El teatro de Lope de Vega resonando en la madera aún viva.
Fragmentos del Quijote y de la Celestina danzando por igual.
La
iniciativa, coordinada por la Asociación de Amigos del Libro Infantil y
Juvenil, lleva por nombre “El Jardín de las Palabras”, se enmarca dentro de las
XXXIII Jornadas de Teatro del Siglo de oro y en ella participan escolares de
varios centros de la provincia. Dejad que los niños se acerquen a la
literatura, podríamos pedir.
Volver a
estos textos es siempre un acierto, porque nos hacen viajar al origen de
nuestra literatura. Y, además, porque suelen ser textos divertidos. Narraciones
que nos descubren una sociedad que estaba viviendo importantes cambios
religiosos y políticos, y que empezaba a apreciar la nueva forma de entender el
arte. Pero una sociedad anclada aún fuertemente a su tradición católica y
rural. Volver a estos textos es la mejor forma de conocer lo que somos como
país y de entender nuestra cultura. Así que no estaría de más que no sólo los
niños se acercaran a ellos. También les haría mucho bien a esos políticos que
ya andan de nuevo a vueltas con otra campaña más en la que parecen haber
olvidado tantas y tantas cosas.
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