martes, 8 de diciembre de 2015

EL DESIERTO

Pocos elementos de la naturaleza tienen tanta fuerza literaria como el desierto. El desierto es violento, descarnado, inabarcable y terriblemente bello. Características que lo igualan a algunos de los personajes narrativos más importantes de la literatura. Además, lo que sugiere la imagen del desierto es una esencia indómita y eso siempre resulta atractivo al ansia de libertad de nuestra naturaleza humana. La contradicción de su apariencia estática frente a la realidad de sus formas continuamente cambiantes resulta tan perturbadora como fascinante. Su aridez monótona frente al efecto mutante de una tormenta de arena. Su imagen imperturbable frente al aspecto mudable y angustioso de la incandescencia del sol. Su color ocre insistente frente al devastador efecto del clima. De cualquiera de estas oposiciones, de estos enfrentamientos, podría nacer el argumento que alimente una buena trama narrativa.

El desierto también es desafío, como desafío es la literatura. La escasa lluvia dificulta el desarrollo de la agricultura en su tierra estéril. Lo convierte en un territorio inhóspito para la mayoría de los animales domésticos, incapaces de adaptarse a los drásticos cambios de temperatura entre el día y la noche. Por eso, los desiertos son los lugares de menor densidad de vida en nuestro planeta. Si en otros espacios el hombre ha sabido cambiar el entorno para hacerlo práctico ante sus necesidades, la única posibilidad de sobrevivir en el desierto pasa por que sea el hombre el que se adapte a vivir en él. Y ese reto también es tremendamente literario. Como lo es la superación, la evolución y la metamorfosis.

Fotografía de Pablo Barroso

Por otro lado, el enfrentamiento del escritor al folio en blanco tiene mucho de encarar el desierto. Porque el momento creativo es un acto de pura soledad; como lo es cualquier travesía por el desierto. Pero esa soledad y la imagen del folio en blanco no son angustia sino posibilidad, como el desierto. No son desazón sino oportunidad. No son sufrimiento sino optimismo.


Por último, hay algo maldito en los desiertos que los contraponen al paraíso y que los envuelve en un halo de atracción. Y lo es desde el mismo momento de la creación. Desde el instante en el que la primera Eva quiso igualarse a Dios y comió el fruto del árbol que estaba en mitad del jardín, y éste los desterró del paraíso devolviéndolos al desierto y la tierra de la que fueron formados. Por eso el desierto es castigo y trabajo. Es la forma de encontrarse con la naturaleza primitiva del hombre. Es también carencia y anhelo. Es lamento y deseo. Es, al fin y al cabo, como la propia vida. Como la literatura.

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