La semana pasada vivimos con gran
dosis de ilusión el nacimiento de un nuevo proyecto literario en nuestra ciudad.
Se trata de la Facultad de Poesía José Ángel Valente, coordinada por Isabel
Giménez Caro y Raúl Quinto –no imagino dos personas más adecuadas para dar cuerpo
a esta idea–. El objetivo de este aula literaria tiene mucho que ver con la
promoción de la actividad poética. De hecho, ya están programadas conferencias
y seminarios que han de servir de altavoz a la poesía más rigurosa y avanzada,
y que la conectarán con nuestra provincia.
El proyecto es ilusionante y
esperanzador. Y más aún cuando los medios de comunicación lo presentan como
heredero de otras iniciativas que en los últimos años han colocado a nuestra
provincia en la geografía cultural de nuestro país. Me refiero a la actividad
de la editorial El Gaviero, a la librería Sintagma de El Ejido, a los
banderines del Zaguán –y de Curri– o al Aula de Poesía de Unicaja; todos ellos
proyectos finalizados o a punto de hacerlo.
Pero hay algo que diferencia a la Facultad de Poesía de todos los demás y es que el primero se enmarca dentro de un proyecto de trabajo en red de las Universidades Andaluzas en materia de extensión universitaria mientras que el resto no dejan de ser iniciativas privadas. Y la diferencia no es insignificante. En la misma semana en la que se presentaba este magnífico propósito, los aspirantes a recibir el juego de llaves de la Moncloa se enzarzaban en un debate televisivo a cuatro. Los políticos hablaron de economía, de sostenibilidad, de corrupción y de otras áreas del ámbito del interés general, pero ni una sola palabra de cultura. Nada sobre cine, pintura o teatro y muchísimo menos sobre literatura.
Pero hay algo que diferencia a la Facultad de Poesía de todos los demás y es que el primero se enmarca dentro de un proyecto de trabajo en red de las Universidades Andaluzas en materia de extensión universitaria mientras que el resto no dejan de ser iniciativas privadas. Y la diferencia no es insignificante. En la misma semana en la que se presentaba este magnífico propósito, los aspirantes a recibir el juego de llaves de la Moncloa se enzarzaban en un debate televisivo a cuatro. Los políticos hablaron de economía, de sostenibilidad, de corrupción y de otras áreas del ámbito del interés general, pero ni una sola palabra de cultura. Nada sobre cine, pintura o teatro y muchísimo menos sobre literatura.
Cada vez más, la nueva política
aspira a que las iniciativas privadas articulen la cultura de nuestro país.
Pero es innegable el efecto transformador que la cultura presenta, por lo que
restar financiación pública al ámbito de ésta es una manera de eludir
responsabilidades políticas.
Que la financiación de un
proyecto cultural sea pública o privada no le da valor ni se lo resta. Pero sí
que es una demostración de cuáles son las intenciones de nuestra clase
política. Si en plena campaña la presencia de la cultura en los debates, en los
mítines e incluso en los programas electorales, es mínima, cabe esperar que
cuando depositemos nuestro voto en la urna, sea inexistente. En esto se igualan
todos. Progresistas y conservadores. Liberales y renovadores. Confiemos en que
proyectos como el que en estos días celebramos su nacimiento sean la
avanzadilla de otros muchos y que la política conceda a la cultura la
importancia que tiene en el conjunto de la sociedad.
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